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Capítulo 1. Cuando todo se va a la mierda.

mayo 21, 2023

Triunfe o no, os lo voy a contar igual así que empiezo…

Voy a comenzar por la parte en la que todo se va a la mierda:

Hace exactamente un año. Dani y yo nos acabábamos de casar y me vais a perdonar, pero no os voy a decir que me casé con él porque era perfecto, porque no era así. Ni nuestra relación, ni nuestra convivencia. No fue idealizar un concepto lo que nos llevó a pasar por el altar si no que, en ese momento álgido de nuestros cinco años de relación, porque sí, todas las relaciones tienen altibajos, una época en la que estás arriba y otra abajo pero ese equilibrio al que siempre llegábamos fue el que me hizo dar el sí quiero delante de nuestros familiares más cercanos.

Nuestra boda fue un desastre, como nosotros, pero me encantó. Salgo fatal en todas las fotos porque nunca me vi guapa con el pelo recogido, pero Dani estuvo pletórico y lo mejor de todo fue que a los dos nos pareció muy acertado poner un karaoke.

No os voy a mentir, no fue estar rodeada de mi familia, ni mi precioso vestido, ni siquiera que todo el mundo estuviera pendiente de mí lo que hizo que aquel día fuera el mejor de mi vida, fue cantar Ave María delante de un público. Fue gritar: ¡GRACIAS SEVILLA! bajo las estrellas y que todos me pidieran otra.

Piensa lo que quieras, pero ya te he dicho que no te voy a contar una historia inventada para que quede bonita, te voy a relatar la pura realidad y esto es lo que pasa, que ni tu familia te cae tan bien, ni el traje de muñequita de tarta te hace sentir tú, que vas todos los días en pantalones anchos y crop top.  Aceptemos que la boda es una forma de robarnos la personalidad, no mereces el blanco que vistes y también te digo el padre Germán no va a poder perdonar todos esos pecados que te callas. Así que no, no os diré que todo fue perfecto porque lo único perfecto fue ese maldito karaoke que se trajo mi amigo Antonio.

Pero bueno, cuando vuelves a la realidad todo son pegas. Vuelves de la luna de miel a ese trabajo que no te gusta, a esa ropa que no se dobla sola, a ese marido que llega a las tantas porque está demasiado ocupado intentando cumplir su sueño de ser el mejor estudio de arquitectura de Sevilla para que algún día le den la medalla de hijo predilecto y mientras tanto, no te queda tiempo para cumplir los tuyos propios. Pero eso es el matrimonio, ¿no?

Dar, entender y ayudar.

Así que sin darme cuenta entré en un bucle en el que dejé de escribir, de soñar, de esperar cosas de mí y me encaminé a los 30 pensando que nada tenía sentido.

—¡No es culpa mía que no escribas! —gritó Dani mientras cogía sus cosas antes de salir por la puerta de casa.

—No claro, yo tengo que recoger la casa, tender la ropa preparar la comida y después ir a ese trabajo que me absorbe la energía

— Tatiana, ayudo en lo que puedo. Sabes que estos horarios son temporales — se excusó mirándome con ojos de niño pequeño.

— Pues no es suficiente — me quejé sin saber muy bien por qué.

— ¿Qué quieres que haga? — preguntó para que la discusión acabase. Soltó el maletín y el abrigo en el mueble de la entrada y se acercó a mí.

— Nada, como siempre, no hagas nada — le di la espalda y seguí metiendo ropa en la lavadora, pero me agarró del brazo antes de que pudiera continuar.

— Si estoy haciendo esto es para que podamos tener una vida mejor, y puedas mandar a tu jefe a la mierda y escribir todos los putos días de tu vida.

Y no pude evitar llorar porque no sé qué me pasaba últimamente, pero ni yo misma me aguantaba. Me abracé a él y él me agarró fuerte por la cintura.

— Como me vuelvas a llamar Tatiana te mato — susurré entre sollozos. Y él soltó una carcajada.

— Vale — se separó un poco de mí para poder mirarme a la cara y sus ojos azules brillaron fuerte — solo tenemos que aguantar un poco más.

Así que me quedé atrapada entre ese dar, entender y ayudar del que no era lícita otra opción que no fuese aguantar un poco más.

Y por aguantar un poco más, caí enferma. Esta parte os la cuento rápido porque aún duele, pero si quieres que me extienda, mándame un mensaje por insta y hacemos otro capítulo de esto.

Hay muchos tipos de dolores, pero os aseguro que el del alma es el peor. Por aquel entonces, a mí me daba más miedo el físico así que a pesar de las muchas alertas que mandó mi cabeza, no tomé cartas en el asunto hasta que comencé a dejar de dormir y hasta de respirar. Un dolor se acomodaba por las noches en mi pecho cuando todo parecía estar en calma, Dani dormía y yo intentaba concienciarme en no parar de respirar, aunque cada soplo de aire que entraba en mis pulmones era más doloroso que el anterior.

El agobio me hacía llorar sin parar porque me daba miedo no poder aguantar solo un poco y fracasar también como esposa. A veces pedimos cosas que nos parecen pequeñas, pero no somos conscientes de que puede ser un mundo para la persona que tenemos al lado. Desde entonces, intento tomar conciencia de lo que supone para el otro cada cosa que pido.

— Tati, Tati, ¿qué pasa? — Dani se despertó y me encontró sentada al borde de la cama, intentando no hacer ruido al llorar.

— Dani, he estado buscando en internet… creo que tengo un tumor — se acercó rápido a mí y me abrazó. — yo no soy capaz de pasar por eso, no me gustan los hospitales, lo sabes… pero tampoco quiero morirme — dije entre sollozos.

— A ver, lo primero, no vas a morirte y lo segundo no tienes un tumor, ¿por qué dices eso? — Dani se acomodó el flequillo que caía sobre su frente.

La luz de la noche entraba por la ventana y nos permitía vernos, pero mis lágrimas que no paraban de salir me impedían todo lo demás.

— Porque me duele mu..mucho.

— Son gases, ya lo hemos hablado.

Negué con la cabeza y me abalancé a la cama para seguir llorando abrazada a la almohada.

Fue una muy mala racha, hubo muchas noches en vela, muchos pensamientos terroríficos y miedo, mucho miedo. Dani decidió acompañarme al médico al ver que no mejoraba para frenar así mi situación.

Mi médico tenía casi ochenta años, mucha experiencia y unos métodos muy poco ortodoxos pero aquella vez estuvo a la altura.

— Doctor Ortega necesito que me haga una radiografía porque me duele mucho el pecho, a veces me corta hasta la respiración — expliqué.

— ¿Cuándo te duele? — me miraba por encima de sus gafas de medialuna mientras tecleaba en su viejo ordenador.

— Por las noches, cuando llego del trabajo y me siento en el sofá o cuando estoy tumbada — Dani me miró asintiendo con su cabeza en señal de apoyo y yo apreté fuerte su mano.

— ¿Mucho trabajo últimamente?

— ¡Dios mío! Estoy a punto de palmarla y este tío quiere charlar distendidamente — pensé.

— Sí, como siempre. Cara al público… ya se sabe lo complicada que es la gente… qué le voy a contar a usted — mantuve la calma.

Se quitó sus gafas y entrelazó sus manos, luego sonrió entre su barba blanca y tras un suspiro dijo lo siguiente:

— Tatiana, tienes ansiedad.

Miré a Dani y sonreí con superioridad, volví a mirarlo.

— No, que va. Imposible. El dolor es de verdad, quiero decir, me duele muchísimo, a nivel físico -expliqué muy rotunda.

— Claro, la ansiedad duele querida — volvió a teclear mientras Dani me miraba en un gesto de ¿ves como no te vas a morir? — te voy a dar un descanso de unos días y un ansiolítico…

— No, no, a ver… es que creo que no me está entendiendo… en internet dice que me voy a morir… que puede ser un tumor…

— Tati, por favor, él es el profesional — Dani me cortó histérico.

— Mira hacemos una cosa, yo te mando una radiografía, pero mientras te llaman y no, cuando te duela te vas tomando esto — me entregó una receta — si se te quita el dolor llámame y anulamos la radiografía.

Y asentí, pero no muy convencida.

Os sorprenderá que con 29 años no fuera capaz de aceptar que la ansiedad está ahí, que existe y que puede pasarte, pero así era yo. Había escuchado durante toda mi vida a mi padre decir que la depresión y la ansiedad no existía, que se lo habían inventado los funcionarios para no trabajar y cuando eres pequeña piensas que tu padre tiene la verdad absoluta porque para eso es tu padre.

Ni falta hace que os cuente la santa razón que tuvo el doctor Ortega (y paciencia).

Solo cuando estás en el fondo del agujero eres capaz de mirar las cosas desde otra perspectiva. Por esa parte os diré que fue necesario para poder pasar al siguiente nivel y tomar una de las decisiones más importantes de mi vida. ¿te quedas y te lo cuento?

Pero en otro momento que he dejado de estar sola en casa… y recuerda, esto que quede entre tú y yo

 

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