Saltar al contenido

Capítulo 2. Soltar.

mayo 28, 2023

Capítulo 2. SOLTAR.

Soltar no es fácil. Salir de un estado depresivo y ansioso no es fácil, no hace falta que venga yo a decírtelo, pero yo quería estar bien más rápido de lo que pude y eso hizo el efecto inverso. Cuando creía estar bien volvía a estar mal y eso hacía que Dani y yo nos separásemos porque yo no quería que él me soportase en ese estado y él no sabía cómo gestionarlo. Podemos juzgarlo y pensar que no estuvo a la altura, pero te pregunto ¿quién lo está? Él ya estaba luchando con sus propios demonios y los días en los que estaba fuerte me cargaba en su hombro y me levantaba como podía, los días que estaba en la absoluta mierda, se tumbaba a mi lado y nos ahogábamos juntos. Yo simplemente me ahogaba cada hora un poquito más.

Si analizo ahora lo que ocupaba mi mente todo el tiempo no os podría decir qué era porque me hizo tanto daño que lo he borrado. Una pila de pensamientos autodestructivos que me señalaban con el dedo una y otra vez para reírse de mí, para hundirme cada vez más.

Sentía que no sabía cuál era mi cometido en la vida, que ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Vacía. Así me sentía. Me sentía incómoda en mi cuerpo, como cuando intentas entrar en una talla que no te corresponde y luego solo quieres volver a casa para salir de esa ropa.

Solo que, en mi caso, salir de mi propio cuerpo tenía un significado mucho más feo. Aprovecho este párrafo para decirte que, si estás en la misma situación que describo, se consciente y pide ayuda porque de verdad, con ayuda puedes salir de ahí.

Reconozco que estuve perdida mucho tiempo y al contarlo ahora, no me siento valiente, ni veo que sea un mérito reconocible, solo describo lo que sentí por si te puede servir de ayuda para que identifiques que no es normal estar incómoda en tu propia piel, en tu trabajo o en la vida que te has marcado. Que tener metas es importante, pero es más importante que sean realistas y conseguibles. Y que si no las consigues habrá otras que sí. Que la vida es una lucha y que todos esos mensajes de positive mind le servirá a mucha gente pero que a mí solo consiguen deprimen más, fuck off mr wonderful. Que, si un día es una mierda, dilo. No se va a solucionar, pero quejarse, cura, porque el día se apaga y por la noche con un vino (o dos que están mejor que uno) todo se sana. Ya lo decía mi abuelo: alcohol pa’ las heridas de la piel y el alma.

El caso es que aquel camino fue más lento de lo que una persona impaciente como yo puede esperar por lo que cuando me incorporé al trabajo aún estaba hecha una puta mierda, pero como nos enseñaron a ser duras como piedras, pues allí estaba yo forjando mi úlcera interna a base de luchar y teniendo por lema uno que jamás repetiré, pero quiero compartir:

— Un día menos — y lo decía como un chiste, pero lo triste del asunto es que para mí era una victoria que los días pasasen.

Y los días pasaron como una consecución de horas sin sentido, programadas para que pasaran una y otra vez lo mismo y en mi lucha con recuperarme todo tenía menos sentido.

Cuando estás así no sabes identificar el motivo porque en la mayoría de los casos puedo aventurarme a decir que no es único motivo, es una serie de motivos que te hacen estallar. En mi caso el visualizarme mandando al carajo a mi jefe como un momento de paz me hacía vislumbrar que lo que debía hacer para sentirme mejor era dejar ese puesto de trabajo tan bueno y bien remunerado que tan mal me hacía.

Y era difícil porque desde niña nos meten en la cabeza que debemos encontrar un trabajo fijo, estable, con un sueldo que nos permita pagar alquiler o hipoteca, viajar y nuestros caprichos que se convierten en muchos. Y qué sentido tenía comprar tanta ropa, maquillaje y perfumes cuando ni siquiera me encontraba bien para usarla. Con todo esto quiero decir que, ni yo tengo la razón, ni tus padres, solo tú felicidad tiene la razón y ahora viene la parte difícil donde te dedicas a buscarla y a lo mejor es en ese trabajo o tocando la guitarra en plaza nueva, pero sea como sea, no dejes que nadie decida por ti. Elige tú y equivócate porque siempre hay tiempo para rectificar.

No sé ni cómo lo hice. Acababa de tener una bronca con cliente y entré en el despacho de mi jefe sin llamar. Me senté delante de él y cogí aire.

— Lo siento Juan, lo dejo — me desabotonaba la bata dispuesta a largarme de allí lo antes posible.

— Pero ¿qué ha pasado? — él me miró sabiendo que iba en serio. Mis ojos tristes, mi tez pálida y mi aparente pérdida de peso hablaban por mí también.  

— No soy feliz, no veo la hora de que den las diez de la noche y volver a casa para llorar bajo la ducha. ¡No puedo más! Y lo siento mucho por ti porque sé que te hace falta personal, pero es que no puedo — contuve un puchero y respiré.

— Bueno, cógete unos días y lo piensas — puso su mano sobre la mía en señal de comprensión.

Negué con la cabeza.

— Tati, sé que estás pasando un momento difícil, pero sé realista ¿dónde vas a estar mejor que aquí?

Sentí mucha rabia al escuchar esa frase porque fue la misma que me impidió tomar la decisión antes.

— En cualquier sitio — respondí y me levanté. — Mañana preparo la carta de dimisión, ve comunicándoselo a Tamara.

Me habría gustado contarte que dejé mi trabajo de forma apoteósica, que le tiré todos los papeles al suelo y que después le arranqué el peluquín para mostrárselo a mis compañeros como si de un trofeo se tratase. Que salí de allí lanzando la bata al aire mientras todos me vitoreaban…

Pero no, lo siento, no lo hice. Fue todo muy correcto y cordial, como yo era.

De verdad que no sabéis la satisfacción que se siente al hacer eso que siempre supiste que tenías que hacer, el alivio que se siente al soltar eso que no te deja respirar… pero esa sensación dura solo unos pocos días. Después tienes que concentrarte en eso que quieres hacer que en mi caso es esto que hago ahora mismo, escribir, pero no solo eso, poder pagar mis facturas escribiendo historias.

Como mencioné antes, no había nadie más crítica que yo conmigo misma, el batiburrillo de: es imposible, no lo vas a lograr, hay muchas como tú y un largo etcétera de frases que me torturaban e impedían que pudiera salir algo bueno de mis dedos.

— Y, ¿por qué piensas eso? — me preguntó Celia mientras yo entrelazaba mis dedos intentando buscar la mejor respuesta.

Celia es mi psicóloga y amiga desde que éramos crías, ya sé que pensaréis que tu psicólogo nunca puede ser un amigo o familiar, pero es que según ella solo ejercía de amiga y yo se lo pagaba a base de martinis.

— Porque estoy bloqueada… ¿por qué sigo bloqueada? — hice un aspaviento con mis manos y resoplé — se supone que he hecho todo lo que tenía que hacer…

Celia alzó sus cejas ingenua y me miró con sus oscuros ojos sin decir nada.

— Sí, lo he hecho. He dejado el trabajo y ahora estoy viviendo de mis ahorros… que no son muchos la verdad y sin poder escribir un párrafo medio decente.

— Tati… lo que a ti te pasa no es solo el trabajo ¾sentenció y la miré intentando entender lo que quería decirme. — ¿Has hablado con Dani?

— ¿Con Dani? — ella asintió — pero si estamos en nuestro mejor momento, apenas discutimos y el ambiente en casa es genial.

— ¿Ah sí? Y, ¿estará relacionado con que apenas pasa por casa desde que está obsesionado con ese proyecto del centro comercial?

— Bueno si… pero se supone que tengo que apoyarlo a conseguir sus sueños, ¿no?

— ¿Y los tuyos?

— Los míos están en proceso porque por algún extraño motivo no puedo escribir.

— Lo que tienes que hacer es vivir y entonces podrás escribir — se puso de pie y salió de la sala donde atendía a sus pacientes.

La seguí por el pasillo hasta llegar a la cocina.

— ¿A qué te refieres? — la agarré del brazo mientras abría el frigorífico y se giró para mirarme.

— Pues a que creo que entre la mala racha que has pasado y este momento de culpabilidad por creer que no estás haciendo lo que deberías, te estás olvidando un poco de quién eres y quién querías ser — sacó dos cervezas y las abrió, dio un sorbo de una y yo cogí la otra mientras la escuchaba atenta.

— Y, ¿cómo era antes?

— Pues no pensabas tanto las cosas, te lanzabas… no sé — dio un golpecito en la mesa — no tenías tanto miedo ¿qué más da si sale mal? Inténtalo.

— Ahora me he perdido — bebí otra vez y me senté en uno de los taburetes altos que había rodeando la encimera.

— Yo no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer… es más, si esto fuera una terapia no te hablaría de esta forma, pero es que tú eres mi mejor amiga y no veo otra forma mejor de ayudarte que no sea recordándote todo eso de lo que hablábamos años atrás — Celia siempre decía que me buscara un psicólogo que ella no podía ayudarme, pero a mí me reconfortaba hablar con ella.

— Pero es normal que a medida que pasen los años cambiemos… — me excusé.

— Sí puedes cambiar siempre que te haga feliz, pero ¿lo eres? — hice un amago de responder — no me respondas a mí, piénsalo bien y respóndete a ti misma.

Cuando creces te das cuenta de que muchas de las cosas que querías hacer son inviables. Las preocupaciones cambian y el contexto también.

Yo siempre quise formar una familia grande, ser madre joven, hacer grandes comidas alrededor de una chimenea y conocer ese tipo de amor que solo pasa una vez en la vida. Cuando conocí a Dani supe que era la persona perfecta pero cuando nos fuimos a vivir juntos descubrí que no todo era como aparece en las películas. Mezclar dos personas con caracteres diferentes, con sus miedos, traumas y rarezas diferentes puede salir entre mal y regular. En nuestro caso, aprender a ceder y ponernos en el lugar del otro nos costó bastante y fue un proceso muy frustrante. Si sumamos lo mucho que trabajábamos, lidiar con la guerra de casa se nos hacía una prueba casi imposible de pasar, pero la pasamos porque cuando estábamos en ese extremo sin retorno frenábamos y sacábamos la bandera blanca. Aunque debo reconocer que me daba miedo que llegara el día en el que la bandera blanca no fuera suficiente, en que uno de los dos cruzara esa línea imaginaria del basta que habíamos trazado sin decirnos nada.

El sueño de formar una familia grande dejaba de serlo debido a la situación económica en la que vivíamos. Dani no estaba preparado para tener hijos todavía y yo mucho menos, otra prueba más de que lo que quieres hoy distará mucho de lo que querrás mañana. No digo que no piense en ser madre, pero a pocos días de cumplir mis treinta, lo de ser madre joven iba quedando algo atrás.

Quizá eso que quería no fuera un deseo mío y solo un conjunto de malas creencias impuestas por una sociedad arcaica que siempre tratan de vincular la felicidad y plenitud de la mujer con la maternidad y el matrimonio.

Después de la charla con Celia, mi cabeza iba a explotar. Estaba claro que no lo era, pero ¿qué era exactamente la felicidad?

¿Sería más feliz si Dani pasara más tiempo conmigo? O ¿si no estuviera con él? ¡bah! Era absurdo, él no tenía nada que ver con lo que me pasaba… era la crisis de los 30.

Aquella noche Dani entró a casa como cada noche, cansado.

— ¿Qué tal el trabajo? — pregunté mientras me comía una bolsa de patatas.

— No le veo fin al proyecto… — respondió alicaído metiendo su mano en la bolsa de patatas.

— ¿Cuándo lo entregáis?

— En dos semanas.

— No habría pensado un mejor regalo de cumpleaños — dije sonriente mientras me daba un beso en los labios en señal de saludo.

— ¡Verdad! Se me había olvidado — salió por la puerta del salón y se perdió por el pasillo. Y no me sorprendió que se le olvidase porque últimamente se le olvidaba todo.

Era lo que hacía cada día, llegaba se quejaba de lo cansado que estaba, se duchaba, cenaba algo y se acostaba. Muchos lo llaman rutina, estabilidad, a mí me gusta más llamarlo puta mierda.

¿Dónde quedaron los días de tomar un vino mientras veíamos una peli? O ¿los paseos al terminar de trabajar para desconectar?

Me convencía de que solo era hasta que el estudio de Dani mejorase, pero empezaba a estar un poco harta de la situación.

Aquella noche, mientras cenábamos dije algo sin pensar, como solía hacer algunos años atrás.

— Oye, — Dani levantó su mirada del móvil y me miró. — he pensado que por mi cumpleaños estaría guay ir a un club de intercambio de parejas.

Soltó una carcajada, como si de un chiste se tratase.

— ¿Qué dices? — se escandalizó al mismo tiempo que pinchaba un poco de ensalada.

— Podríamos probar… no digo que tengamos que hacerlo, solo ir, ver el ambiente, charlar… y después decidimos.

— Decidimos, ¿qué?

— Si nos gustaría ser una pareja abierta o no.

Soltó el tenedor y me miró muy serio.

— Lo estás diciendo en serio — y no fue una pregunta, fue consciente de que no estaba bromeando y parecía molesto.

— Creo que necesitamos volver a sentir cosas… estamos muy estancados y me estoy ahogando un poco — expliqué sintiéndome un poco culpable.

Sobre todo, por no haber dado las suficientes vueltas al tema y lanzarlo así, sin anestesia.

— Yo no necesito ir a ese club para saber que no quiero que otro tío te toque — continuó cenando, dando por cerrada la conversación.

— No digo que tengamos que hacerlo, solo que me apetecería ir…

— ¿Para qué?

— Dani, no me apetece discutir, solo te estoy diciendo una idea que se me ha pasado por la cabeza…

— Pues piensa antes de hablar — me interrumpió. Lo miré desafiante y supo que no tendría que haber dicho eso.

Me puse de pie y cogí mi plato.

— Solo piénsalo, si no habrá que buscar otra solución — Obvié su comentario y decidí irme a la cama.

Si quieres que te avise cuando esté listo el siguiente, conviértete en mi lectora 0 haciendo click aquí:

Regístrate

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para fines de afiliación y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad